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Thiago es un futbolista excepcional. Sus condiciones técnicas son exquisitas, y buena parte de ellas heredadas genéticamente, lo que le convierte en un jugador diferente a cualquier otro. Atesora un sinfín de registros con la pelota y también, pese a los estereotipos, sin ella. Esta exuberancia técnica ha dificultado a veces su adaptación al juego. Por eso, tal vez, sus prestaciones siempre me han parecido por debajo a su potencial.
El juego de Thiago no se adapta al rol de una demarcación concreta. Él juega libre de ataduras. Pase, conducción, cambio de ritmo, regate…El repertorio es infinito y lo exhibe donde le viene en gana, sin importar lo que los cánones futbolísticos dicten para cada zona del campo. A su talento y naturalidad a la hora de jugar se le une su personalidad. No se esconde, siempre se ofrece, aporta ritmo, desequilibrio, genera desorden… Siempre imprime velocidad al juego, y lo mismo lo hace con un pase, que un giro y control orientado o con una conducción con regates. Es su riqueza técnica lo que le convierte en imprevisible a la hora de descifrar su juego. Por eso, resulta paradójico, que jugadores mucho menos dotados resuelvan jugadas ‘mejor’ que él, pero tiene fácil explicación. Tienen menos donde elegir y, por ende, las posibilidades de error en la toma de decisiones son menores.
No es un tema
baladí, pasa con más frecuencia de lo que parece. La preferencia por el jugador
correcto. Sin embargo, si nos atenemos a la oferta y demanda, jugadores
correctos hay muchos; jugadores diferenciales no hay tantos. Por eso, qué
quieren que les diga, a mí dadme muchos “Thiagos”.
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