El Consejo Superior
de Deportes anunció ayer un recorte masivo a las Federaciones. La noticia, por
esperada, no dejó de causar un profundo malestar y cierto nerviosismo en las
entidades deportivas públicas. El freno
en el grifo de las subvenciones conlleva, como el chiste, una noticia mala y
una buena. La mala es que todas las Federaciones verán reducido sus
presupuestos; la buena es que tendrán que administrar y gestionar sus recursos
con austeridad, sin gastar aquello que no puedan pagar y sabiendo que buena
parte del dinero que entre a las arcas federativas dependerá del buen quehacer
de sus dirigentes y de criterios estrictamente deportivos.
La buena noticia no tendría que ser una consecuencia de la
mala pero en un país como España desgraciadamente lo es. De las palabras de Miguel Cardenal, presidente del
Consejo Superior de Deportes, se desprende que antes, cuando ha habido dinero,
la gestión pública de las entidades deportivas ha sido caprichosa, despilfarradora
e incompetente y que los criterios de reparto de las subvenciones respondían a
cualquier criterio antes que a los meramente deportivos. Y lo peor de todo es
que esa gestión ha estado consentida.
Ahora, con la crisis como coartada, se solicita a las
Federaciones una gestión responsable. Ésta –la responsabilidad- debería ser inherente a
cualquier cargo de una administración pública, independientemente a la coyuntura económica del momento.
Así que la crisis debería servir al menos para separar el grano
de la paja. Para que buenos gestores, profesionales y amantes de sus deportes, que los hay, sustituyan en el puesto a
acomodados, apoltronados y chupópteros; para que la desgana, el cansancio y el pasotismo den paso a la motivación, la ilusión y el trabajo. Si así sucediera, aún con menos
dinero, la salud del deporte español mejorará.
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