Guardiola se ha traicionado a sí mismo. Su fuero interno ha podido con él. La
cercanía de su adiós ha provocado que el corazón le ganara la partida a la
cabeza, que sus pensamientos fluyeran por su boca sin pasar por el filtro de lo
políticamente correcto. Por fin hemos
visto a Pep Guardiola en estado puro, a la persona y no al personaje que el éxito continuado había creado.
Están los que no saben perder ni ganar y aquellos que
sólo saben ganar. Guardiola ha demostrado ser de los segundos. En la victoria
se ha mostrado humilde, magnánimo, respetuoso y educado. En la
derrota, sin embargo, su comportamiento no ha sido el mismo. El entrenador del Barça ha sido sibilino, ambiguo, confuso, de los que tiran la piedra y
esconden la mano.
No me fío de ninguno, ni de los que no
saben ganar ni perder ni de aquellos que sólo saben ganar, pero al
menos los primeros no defraudan a nadie, no decepcionan, no traicionan ni engañan.
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