Pepe, sentenciado

El Real Madrid rompió la maldición de los octavos y seis años después vuelve a estar entre los mejores 8 equipos de Europa pero el encuentro  de ayer ante el Olympique de Lyon debería servir para despejar una duda instalada en el madridismo durante los últimos meses. No me refiero al futuro de Mourinho ni tampoco a lo que pueda acontecer con Benzema al término de la temporada. Hablo de la renovación de Pepe.

El comportamiento macarra del portugués sobre el campo y su violenta actitud  le debería valer el 'no' del Real Madrid. Uno puede equivocarse una, dos, incluso tres veces pero Pepe es reincidente y no hay indicios que apunten a una mejoría.

A los 8 minutos de comenzar el encuentro, ya tenía tarjeta amarilla. La tempranera amonestación condicionaba su juego durante los 82 minutos restantes. Es posible que el portugués, al 100%, sea uno de los mejores centrales del mundo pero limitado es uno más. Pero lo peor estaba por venir. En la segunda mitad pudo ser expulsado -debió ser expulsado- en dos acciones distintas. En el minuto 70, sin venir a cuento, en un salto con Lisandro agredió al jugador argentino del Lyon propinándole un pisotón en el aire en una acción que me trajo al recuerdo la acción de Simeone sobre Julen Guerrero hace años en San Mamés. Minutos más tarde, de nuevo entró en esa fase de enajenación mental  tan habitual en él y repitió los mismos ademanes que en su día empleara con Casquero. El portugués repelió una posible 'carantoña' de Cissokho con una patada a la altura del cuello del rival.

Es decir, en el partido más importante de la temporada para su equipo, Pepe vio una tarjeta amarilla y debió ser expulsado en dos ocasiones. Si tal cosa hubiera sucedido, el Real Madrid hubiera jugado con un jugador menos durante el tramo decisivo de la eliminatoria de octavos. Dando por buena la victoria, el castigo que podría haber recibido por parte de la UEFA en el caso de haber sido expulsado le hubiera privado seguramente de disputar más minutos en la presente edición de la Champions. Algo inadmisible en un jugador de equipo grande y menos si la camiseta que se pone es la del Real Madrid.